Pregón de la Semana Santa Ovetense 2024
Pregón

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA OVETENSE 2024

 

Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades

Representantes de la vida política, judicial y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

Presidente, Hermanos Mayores, miembros de las Cofradías.

Lebaniegos residentes en Asturias, que me arropáis con vuestra presencia y cariño en esta tarde.

Señoras y señores:

Recae este año la tarea de pregonar la Semana Santa Ovetense, en este pobre cura rural, cuyo mayor mérito logrado a día de hoy (y no aspiro a ninguno mayor) es llevar el Evangelio de Jesucristo, a las gentes de mis queridos pueblos de Liébana y Peñarrubia y que abracen y amen su Cruz.

Agradezco a la Junta de Hermandades esta responsabilidad depositada en mi persona. Mirando atrás y viendo que por esta tribuna han pasado Sres. Obispos, abades, periodistas, militares, escritores, y demás personas tan preparadas e ilustres, me siento indigno de tal responsabilidad, de la que trataré de salir lo más airoso posible.

Acudo a esta llamada desde Liébana, hermoso valle de Cantabria, vuestra provincia vecina por el oriente. Históricamente, Cantabria en general y Liébana en particular, fue tierra indómita, tierra acogedora, tierra de cobijo y tierra de reconquista. Entre los riscos y al abrigo de las montañas de los Picos de Europa, encontraron amparo nuestros hermanos mayores en la fe, cuando venían huyendo del enemigo que los perseguía. Gracias a esto contamos con uno de los grandes tesoros de toda la Cristiandad: EL LIGNUIM CRUCIS, custodiado y venerado en el Monasterio de Santo Toribio.

Para hablar de este lugar, hay que remontarnos a la alta Edad Media, cuando el rey Alfonso I de Asturias, según las crónicas medievales, repobló esta región de Cantabria, aunque parece que ya había algunos habitantes e incluso pequeños cenobios por la comarca. Entre la gente refugiada que acudía había monjes, labradores y personas de toda clase y categoría. Con el impulso que recibe con toda estos nuevos habitantes, se explica la vitalidad que adquiere Liébana en los siglos VIII y IX, convirtiéndose en foco de fervor religioso y de civilización. En esta zona oriental de Asturias, puede decirse que se alimentó la llama de los primeros hombres de la Reconquista.

El más importante de los monasterios llegó a ser el de Santo Toribio, antes llamado de San Martín de Turieno, situado en los pies del monte La Viorna. En ese lugar existía un pequeño cenobio ya en el siglo VI que contará 200 años después con uno de sus moradores más famosos: San Beato de Liébana, abad erudito e inquieto con una preparación muy adelantada a lo que solía ser habitual en aquellos tiempos y que tuvo un solo afán en su vida: transmitir y purificar la fe de la Iglesia, que en aquella época era bastante convulsa. Entre sus obras, la más famosa y difundida por toda Europa, el “Comentario al Apocalipsis de San Juan”. En ella, utilizando textos de los Santos Padres, sus propios comentarios y explicaciones por medio de dibujos y miniaturas, cumple con ese afán de llegar a todos los cristianos, incluso a los que no sabían leer. Esta obra, que por desgracia hoy no se conserva, fue copiada y difundida por los monasterios de toda Europa y dio origen a lo que hoy conocemos con el nombre genérico de “Beatos”. Un acontecimiento importantísimo en el que participó San Beato fue sin lugar a dudas su intervención en la controversia con la herejía adopcionista que se estaba extendiendo por toda la península en el siglo VIII. Ocurría que parte de la iglesia mozárabe, incluido hasta el mismísimo Elipando, arzobispo de Toledo, por querer congraciarse con el islam con el que convivía, presentaba a Cristo como un simple hijo adoptivo de Dios. Existen escritos que se intercambiaban y en los que Elipando llamaba a Beato “oveja sarnosa”, a lo que Beato respondía llamándole a él “testículo del anticristo”. Hay que decir que nuestro abad lebaniego contó con dos apoyos que le daban legitimidad: por una parte estaba Eterio, obispo de Osma, que se encontraba exiliado en el monasterio lebaniego por aquél entonces y por otra, hasta el mismísimo Alcuino de York, consejero de la corte del emperador Carlomagno que terminó por saldar la controversia condenando el adopcionismo en el concilio de Fráncfort el 1 de junio de 794.

Otra de las obras de Beato de Liébana es el himno “O Dei Verbum”. Lo compuso para la celebración de la festividad del Apóstol Santiago y dice así la traducción de una de sus estrofas: “Áurea cabeza refulgente de España, protector y patrono; aleja toda enfermedad y crimen, muéstrate piadoso protegiendo al rebaño”. Si, sí, han oído ustedes bien, lo llama patrono de España. Es la primera vez documentada que alguien llama al Apóstol PATRONO DE ESPAÑA y todo esto, casi medio siglo antes de que Teodomiro, obispo de Iria Flavia encontrara el cuerpo del discípulo del Señor en el Campo de las Estrellas. Podemos decir por lo tanto, en palabras de Dª Pilar G. Bahamonde, gran conocedora de la figura de San Beato de Liébana y una de las mayores especialistas en los Beatos, que este humilde, pero decidido monje del monasterio de San Martín de Turieno “fue decisivo en la aparición del cuerpo del Apóstol y de la fundación del camino de Santiago, principal itinerario de peregrinación en Europa”.

Pero volvamos a Santo Toribio, nuestro pequeño monasterio lebaniego, que hasta entonces se llamaba “San Martín de Turieno”; poco a poco va cogiendo auge y relevancia. Sabemos que, se convirtió en el centro espiritual de la comarca; que llegó a contar con su farmacia y su hospedería para atender a los peregrinos necesitados que acudían al cenobio; que tenía un hospital o “lazareto” a cierta distancia, para leprosos y hasta su escuela para la educación de la juventud. Existen muchas hipótesis y teorías de otros tantos historiadores sobre la llegada del cuerpo de Sto. Toribio, obispo de Astorga en el siglo V, y de las numerosas reliquias que lo acompañaban y que él mismo había traído desde Jerusalén; pero en lo que todos están de acuerdo es, que a principios de siglo X ya estaban en este monasterio la tumba de Santo Toribio y las reliquias.

Empieza a extenderse poco a poco el culto a Sto. Toribio a la vez que en Compostela va aumentando exponencialmente el culto al Apóstol. Tanto es así que en el año 1181, según consta en el Cartulario de Santo Toribio, se reúnen los obispos Juan Albertino de León, Raimundo de Palencia, Rodrigo, abad del monasterio benedictino de Oviedo y Martín de Burgos y constituyeron la Cofradía de Santo Toribio, que hoy lleva el nombre de la Santísima Cruz, siendo de las más antiguas erigidas en toda la Cristiandad. También demuestra el auge del culto al santo, el hecho de que el propio monasterio de San Martín de Turieno, como se le conocía hasta entonces, cambia su nombre por el de Monasterio de Santo Toribio. Es tan importante que eclipsa incluso al de la propia reliquia del Lignum Crucis, que hasta el siglo XV apenas se la menciona. Todos los testimonios hasta esa época nos hablan de los muchos peregrinos que acuden al monasterio, los milagros obrados por el santo, las indulgencias concedidas a los benefactores y la grandísima devoción que tenía.

Hay dos fechas, un documento y un nombre que no puedo por menos de no mencionar. La primera de las fechas: 23 de septiembre de 1512 en que el papa Julio II emitió una bula que encarga, a petición del prior y abad de Sto. Toribio, que se haga una investigación para comprobar si existía un jubileo de una semana en ese monasterio, ya que algunos clérigos y fieles de León, Astorga y Burgos lo ponían en duda y trataban de reducir sólo al día 16 de abril. El abad de San Salvador de Oña es el encargado de hacer tal investigación conocida con el nombre de “LA PROBANZA”. Este documento llevaba años y años olvidado en la Biblioteca Municipal de Santander. En él se recogen los testimonios de 67 testigos y se aporta numerosa documentación para acreditar que, efectivamente, el jubileo ya existía desde tiempo inmemorial y que tenía una duración de ocho días cada vez que el día 16 de abril, festividad de Sto. Toribio, caía en domingo. Esto origina otra bula, en este caso del papa León X firmada el 10 de julio de 1515 en la que expresamente se concede a perpetuidad el don de la indulgencia durante una semana para el monasterio lebaniego. Mucho más tarde, en 1967, el papa Pablo VI, por medio de la Penitenciaría Apostólica concede “in perpetuum” el beneficio de la Indulgencia Plenaria para todo un año. En cuanto al nombre, este es el del investigador lebaniego D. Gabino Santos Briz que ha tenido los arrestos, la valentía y la paciencia de desempolvar este documento, transcribirlo, estudiarlo y publicar la información tan valiosa que contiene para ponerla al servicio de los que tenemos la responsabilidad de celebrar y de transmitir ese regalo que la Iglesia nos ha transmitido. Por si a alguien le pudiera interesar, el libro publicado por Gabino Santos es “Historia del Lignum Crucis y del Jubileo de Santo Toribio de Liébana” publicado en Santander en el año 2018.

Y hasta aquí la historia; que no he venido yo aquí a dar una clase magistral de historia, para eso tiene doctores la Santa Madre Iglesia, pero si he considerado necesario hacer una pequeña introducción histórica para que caigamos en la cuenta y sobre todo nos creamos, lo que tenemos entre manos. Gracias a estos acontecimientos históricos, aumenta la devoción a la Santísima Cruz y el número de peregrinos que acuden a Sto. Toribio va creciendo. Desde toda Europa se origina un camino de peregrinación que tiene como meta en Santiago de Compostela la tumba del Apóstol. Todos sabemos que en esa época la veneración a las reliquias está muy de moda y que es muy importante para la espiritualidad de los fieles, esto favorece muchísimo el camino de peregrinación a Santo Toribio.

Siempre me ha llamado la atención que en esa época de la historia donde los caminos no eran nada seguros, donde por un simple rasguño y a falta de medicinas podías morir con facilidad, donde no existían los planos ni los GPS, donde no había albergues ni hospedajes, toda esa gente dejara la relativa seguridad de sus hogares para empezar a caminar a la aventura. Salían de casa y no sabían si volverían a ella; partían con la incertidumbre de no volver a ver el rostro de sus seres queridos. Sin tener Google Maps ni internet ni periódicos, sabían que en una región ultramontana castellana, allá por el “finis terrae” estaba la tumba del apóstol Santiago que querían venerar. Sabían también que de camino, sin desviarse mucho, en unas montañas había un monasterio que dicen Santo Toribio donde está la tumba del santo y se guarda un trozo de la Santísima Cruz en que murió el Redentor, para ser exactos, todo el brazo izquierdo de la Cruz donde podía verse el agujero del clavo con que clavaron su mano izquierda al madero, y no les importa perder una semana o dos para visitar ese lugar y lucrarse con la gracia jubilar que la Iglesia allí les regala.

De camino, los peregrinos, todavía tienen otra oportunidad de encuentro con Dios. En esta ciudad de Oviedo, justo aquí al lado, el rey Alfonso II dispuso la Cámara Santa donde guardó un arca con reliquias y la Cruz de los Ángeles. Poco a poco sus sucesores fueron enriqueciendo ese santo lugar con la Cruz de la Victoria y cómo no, el Santo Sudario con que cubrieron la cara del Señor para su sepultura. La catedral de El Salvador de Oviedo se convierte así en uno de los mayores relicarios de toda la Península Ibérica.

Todos los peregrinos que se detienen en Oviedo también obtienen indulgencias desde tiempos del rey Casto hasta la actualidad. A lo largo de la historia han ido cambiando en modo y forma pero en la actualidad desde el año 1982, con ocasión de la restauración y devolución de la Cruz de la Victoria a la Cámara Santa, tenéis ese regalo del Jubileo de “La Perdonanza”, que concede la indulgencia plenaria a quienes cumplan con las condiciones establecidas, desde el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, hasta el día 21 que es la festividad de San Mateo.

Cuántas conversiones, cuántas lágrimas derramadas, cuántas gracias obtenidas a los peregrinos. Pero también cuánta alegría en esos corazones que se sienten perdonados, redimidos, curados por Dios y dispuestos a empezar de nuevo. Aquel que ha empezado un camino de peregrinación y ha ido venciendo tantos escollos, internos y externos, y ha sido capaz de llegar hasta el final, estoy seguro que no volverá a su casa y a su historia siendo el mismo que cuando salió, porque el auténtico peregrino tiene dos metas al peregrinar: en primer lugar, encontrarse consigo mismo y en segundo lugar, sobre todo si es cristiano, encontrarse con Dios.

En nuestro monasterio de Santo Toribio, estamos a punto de concluir un Año Jubilar que comenzó el día 16 de abril de 2023, con el lema “Marcados por la Cruz del Señor”. En la carta pastoral que el entonces obispo de Santander D. Manuel Sánchez Monge escribía, subrayaba que “al hombre de hoy le cuesta vivir las realidades sobrenaturales y necesita volver su mirada al Señor en la cruz para sanar las heridas de la historia”. Ha sido un gozo ver a miles de peregrinos llegados de la propia diócesis o de otras diócesis de nuestro país o de ultramar; andando, en autobús, en bicicleta, o en sus coches particulares; todos llegan para mirar y adorar la Cruz. Desde el monasterio, los padres franciscanos les transmiten un mensaje que habla de esperanza, del gozo de sentirse abrazado por Dios y de seguir a Jesucristo y darle a conocer cuando vuelvan a sus casas.

Existe una secular procesión que hacemos anualmente con el Lignum Crucis desde el monasterio de Santo Toribio hasta la parroquia de Potes. En la Edad Media se hacía el día 22 de enero pero, por la crudeza del clima en ese mes de invierno, se trasladó a una festividad en la que hiciera mejor tiempo; actualmente y desde hace muchos años se hace esa procesión el día de Pentecostés. Se trata de una procesión íntima, de andar por casa, muy familiar. El P. Guardián del monasterio sale de Santo Toribio con la cruz en sus manos bajo palio y custodiado por la Cofradía. Se canta, se reza el rosario… Al llegar al término municipal y parroquia de Potes, los feligreses se van congregando poco a poco con expectación alrededor del párroco y del alcalde que lleva su bastón de mando en la mano y en ese lugar se produce el cambio: con temor y temblor tomo entre mis manos el velo humeral para abrazar con él el Sagrado Leño, lo beso, lo levanto en alto y continuamos la procesión, los cánticos y el rezo. Algunos me dicen por la tarde o a los largo de la semana cuando ven las fotos que algunos publican en las redes sociales: “¡qué serio va usted!” Y yo les digo como quitando importancia: “es que yo soy muy serio…” Pero para mis adentros pienso: “cómo no voy a ir serio con lo que llevo entre manos”, y es que entre mis manos indignas, llevo un trozo de la Cruz en la que estuvo clavada la mano izquierda de Cristo; mi mano está en contacto con una superficie que a su vez estuvo en contacto con la mano y con la sangre del Señor. Y pienso más… Voy mirando las caras de mis feligreses, a los que conozco desde hace 23 años, sus ojos se clavan en esa cruz que yo llevo entre mis manos. Esa cruz que llevan amando y custodiando durante todas sus vidas. La cruz que sus antepasados les enseñaron a querer, que defendieron en tiempos de dificultad y mientras tanto, voy trayendo a mi memoria y rezando las cruces que muchos llevan sobre sus hombros: a este, que se le ha muerto un hijo hace poco; a aquella el marido; a este que se acaba de quedar en paro o a aquel que lo está pasando mal.

Pero no se piensen que ha llegado el momento más entrañable y a la vez más duro de la procesión. Les voy a contar cuál es ese momento que yo personalmente vivo con más intensidad. Antes de ir a la parroquia para celebrar la Santa Misa, vamos con la Cruz a la Residencia de ancianos y en primer lugar la llevamos a la enfermería. Las religiosas congregan a los residentes de la enfermería que no pueden apenas moverse y mucho menos bajar a la capilla en una galería, unos en sillas de ruedas otros en camillas y tengo que confesarles un secreto: en ese momento no puedo por menos de llorar de la emoción.

Hay una canción muy antigua a la Santísima Cruz que en Liébana cantan grandes y pequeños, hombres y mujeres y que dice así: “Que viva que viva la Cruz Sacrosanta, que viva que viva y quién la llevó. Permite que llegue a Tí y en Tí muriera, que dulce me fuera lograr tal favor”. La mayoría de los allí presentes hace años que no reaccionan a estímulos externos, que están paralizados por la demencia o el Alzheimer; en cuanto oyen esa melodía, abren los ojos como platos y estiran sus brazos hacia la Cruz como de forma instintiva, como si esas notas activaran en su interior un resorte y sus ojos casi apagados, por un instante recobran un hilo de luz, se humedecen y se clavan en la Cruz.

En toda Asturias, sé que tenéis un profundo amor a la Virgen de Covadonga, pero he de deciros que en Liébana también se la quiere mucho. Mis abuelos me contaban que venían andando junto a otros muchos lebaniegos, cruzando las montañas a ver, a rezar y a cumplir promesas hechas a la Santina. Allí somos muy de procesionar, por eso las imágenes de nuestras Vírgenes son pequeñas, ligeras y procesionables; tanto es así que contamos con una procesión que es la más larga de todo el territorio nacional en un solo día: algo más de 26 kilómetros. En esa procesión del día 2 de mayo, documentada desde el siglo XV, portamos en andas la pequeña imagen (21 cm) de alabastro policromado de la Virgen de la Luz, patrona de Liébana, conocida popularmente como “la Santuca” que fue coronada canónicamente en 1991. Desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde cientos de cofrades y devotos nos vamos turnando bajo las andas, mientras seguimos a los pendones de cada pueblo que abren la comitiva y cantamos 8 rosarios: 40 padrenuestros y 400 avemarías. Llevamos a la Santísima Virgen a encontrarse con la Cruz en la que murió su hijo Jesucristo. Las andas churriguerescas en las que llevamos a la Santuca, tienen en la parte superior un pequeño baldaquino que adornamos con cerezas, el primer fruto de la primavera y que lleva en su interior una imagen del Señor atado a la columna, custodiado por cuatro soldados y rodeado de campanillas de plata para atraer la atención; es una catequesis preciosa: la maternidad de María unida al misterio de la Redención. Ese día las puertas de las casas lebaniegas se cierran por fuera, es festivo, no hay colegio, no abren las tiendas. Grandes y pequeños, cada uno según sus fuerzas, acompañan a María para ser testigos de ese encuentro. Me conmueve ver a los mayores que no pueden salir ya de casa, asomados a las ventanas que se santiguan y le tiran un beso a la Virgen. Conmueve también ver a los padres que llevan a sus hijos nacidos hace meses en el carrito o con apenas 2 años encaramos a sus hombros. O que me digan después de unos meses: “Sr. cura, no te lo vas a creer; el otro día estábamos en casa y de repente la niña, que todavía apenas habla, empieza a balbucear: Anta Maia, madé de Dio, a po nooto pecatoe hora e na hora a ta mete amén Tetú”. A los niños que empiezan la catequesis de Comunión, que saben que yo estoy ahí porque me conocen y saben que “mando”, les encanta acercarse y ponerse a mi lado, se sienten importantes; tengo por costumbre que si alguno llega hasta el final le regalo el rosario que he usado durante todo ese día. Alguno de esos chicos están ahora en catequesis de Confirmación y me dicen orgullosos: “conservo el rosario que me regalaste un año por La Santuca”.

Estamos a las puertas de la Semana Santa. Esos días vivimos y celebramos el centro de nuestra fe: el MISTERIO PASCUAL, la muerte y resurrección de Jesús. En esos días sagrados, que vamos a vivir tan intensamente salimos a las calles llevando esas sagradas imágenes para decirle a los hombres y mujeres de este mundo, que sus cruces son más llevaderas si dejan que Jesús las lleve con ellos. Esa religiosidad popular, los cirios, los cantos, el sonar de tambores y trompetas, son una expresión vibrante del alma de nuestro pueblo. Pero esa expresión no debe quedarse ahí, luego hay que hacerla vida a lo largo de los 364 días restantes del año.

San Pablo escribe a los Gálatas: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14). En estos días santos se nos invita a acercarnos a la Cruz. Abrazando la Cruz, experimentaremos el amor de quien murió en ella. Descubriremos la presencia de aquel que nos amó hasta el extremo. Decimos en el Credo que Jesús “descendió a los infiernos”. En este mundo por el que todos caminamos, se abrazan los cielos y los infiernos; los cielos del éxito y los infiernos del fracaso; los cielos de la salud y los infiernos de la enfermedad. La Cruz está ahí para crear superación, nos enseña a mirar a nuestros infiernos, a descubrirlos, a superarlos “resucitando” de ellos. El descenso de Jesús a los infiernos nos recuerda la solidaridad con los crucificados de este mundo; mientras que la sociedad nos arenga y nos enseña a medrar y a subir de status, Jesús nos enseña y nos invita a descender y tender la mano para que nadie se quede tirado en las cunetas de este mundo; las cunetas del hambre, de la guerra, de los rencores antiguos, de las mujeres maltratadas, de los niños no nacidos... Donde hay un crucificado en este mundo, sigue crucificado Jesucristo y el mirar a la Cruz nos lo tiene que recordar y si no nos los recuerda, es porque no la estamos mirando de frente.

Estos días son para la Iglesia, en palabras de mi gran amigo, el sacerdote, teólogo y autor jesuita Daniel Cuesta: “un medio y un lugar desde el que exponer su mensaje y anunciar a Jesucristo con un gran efecto multiplicador. […] Es importante que la Iglesia no pierda esos altavoces que la religiosidad popular le ofrece, puesto que, en los lugares en los que los pierde, enseguida es sustituida por el arte, la cultura y el folklore, siendo muy difícil que pueda volver a entrar en ellos” . Dice también mi buen amigo Daniel que tienen todo el sentido las procesiones hoy por varios motivos: en primer lugar porque “congregan a los cristianos”. En segundo lugar porque evangelizan. En tercer lugar porque hacen orar a muchas personas. En cuarto lugar porque posibilitan el encuentro con Cristo o con su Madre a personas que por sus circunstancias no van a poder hacerlo a lo largo del año. Cuenta también una anécdota que os voy a transcribir textualmente que a mí, personalmente me ha impresionado mucho; dice así:

“Hace años encontré en la televisión un reportaje algo sensacionalista sobre una procesión que, en cierta ciudad, una cofradía había hecho la noche anterior por una zona en que había prostíbulos y se movía mucha droga. Previo a la procesión el periodista hizo una serie de entrevistas a alguna prostituta. Una de estas mujeres le dijo: << hoy el Señor viene a vernos a nosotras porque Él no nos desprecia, Él nos conoce y sabe de nuestras circunstancias y todo lo que sufrimos>> y le dijo que cuando el Cristo pasara debajo de su balcón, le cantaría una saeta que había aprendido en su infancia. El periodista debió pensar que la escena de una prostituta cantando al paso de un Cristo sería una muy buena imagen para cerrar su reportaje. Sin embargo, creo que quedó decepcionado cuando vio que esta mujer apareció en su balcón con un vestido negro y la cara cubierta por un velo. Desde allí, discretamente, cantó su saeta con una preciosa voz emocionada en la que se adivinaba un tono de plegaria. Solo Dios sabe lo que pasó en el corazón de aquella mujer de la que nuestros prejuicios parecerían esperar una vivencia más superficial de la fe. Quizá aquella noche Cristo la consoló y le recordó que estaba con ella igual que durante su vida se acercó a tantas prostitutas y a gentes que necesitaban de su consuelo porque todos los despreciaban. Tal vez aquella noche no fueron los cofrades los que tuvieron que pasar por una mala zona de la ciudad, sino que fue el mismo Cristo el que decidió ir a encontrarse con los suyos y así darles un poco de esperanza en medio de sus vidas tan duras”.

El Domingo de Ramos, acompañaremos a Jesús que entra triunfante en la ciudad de Jerusalén siendo aclamado por la multitud, pero no olvidemos que entre esa misma multitud que le aclama: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, están los mismos que el viernes van a gritar delante de Herodes ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Ahí está representada nuestra condición humana: que somos capaces de las obras más sublimes pero también de las más bajas y rastreras.

El Jueves Santo el Señor, “… sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús seguirá empeñado en lavarnos de nuestras inmundicias, y nosotros quizá le sigamos vendiendo por unas monedas en forma de egoísmo, de éxito efímero, de placer o de medrar a costa de los demás. ¿Seremos capaces de dejarle que nos lave los pies? o como Pedro le diremos una vez más: ¡no me lavarás los pies jamás!

El Viernes Jesús carga con su cruz y con las nuestras y es crucificado. Quiero mencionar una noticia que leí en la web del Arzobispado de Oviedo. El pasado día 4 de febrero, el Sr. Arzobispo bendecía en la parroquia de San Francisco Javier de la Tenderina la imagen del “Santísimo Cristo de la Misericordia y Montsacro” que procesionaria por primera vez en esta Semana Santa. Me llamó mucho la atención que la imagen del Señor lleva dentro de su talla tierra del pozo de Santo Toribio, de la ermita de Santiago en donde el Santo Sudario estuvo escondido. Desconocía la existencia de tal ermita y que esa ermita tuviera un pozo llamado de Santo Toribio del cual los peregrinos extraían tierra a la que se atribuían propiedades curativas. Me parece un detalle precioso y les felicito por la iniciativa que han tenido de poner esa tierra dentro del cuerpo del Crucificado. Les prometo y quedo emplazado a que en una próxima visita a Oviedo iré a visitar ese lugar sin falta.

Y junto a la Cruz de Jesús, estaba su Madre. Ella, que siempre estuvo discretamente presente en los momentos más importantes de la vida de su Hijo, permanece también con el corazón traspasado de dolor a los pies de la Cruz en la que está muriendo el fruto de sus entrañas. En esta noche y durante todo el día siguiente, acompañamos a María en su dolor y su soledad. Este es el único día del año en que Dios guarda un elocuente silencio.

Pero el domingo nos despertaremos con la noticia del ángel a las mujeres ante el sepulcro vacío: “Vosotras, no temáis. Sé que buscáis a Jesús el Crucificado No está aquí, ha resucitado como dijo” (Mt 28 5-6). La Iglesia nos invita ese día a llevar esa noticia del ángel a todos los rincones de la existencia humana, a ser Pascua en medio de este mundo en el que vivimos.

Termino volviéndome hacia María y recordándola con el precioso poema “Stabat Mater” al que tantos artistas pusieron música y han traducido del latín. Para mi gusto, nadie como Lope de Vega supo traducir esos versos con palabras tan certeras como las espadas que traspasaron el corazón de la Virgen. No lo voy a recitar entero por no extenderme mucho más; solo las primeras estrofas, que me parecen de una profundidad y una finura exquisitas:

La madre piadosa estaba, junto a la Cruz y lloraba,

mientras el Hijo pendía.

Cuya alma triste y llorosa, traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía.

Oh, cuán triste y afligida, se vio la Madre escogida,

de tantos tormentos llena.

Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba

del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara y a la Madre contemplara

de Cristo en tanto dolor?

Y ¿quién no se entristeciera, piadosa Madre, si os viera

sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio Jesús en tan profundo

tormento, la dulce Madre.

Y muriendo al Hijo amado, que rindió, desamparado,

el espíritu a su Padre.

Oh Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor

para que llore contigo.

Y que por mi Cristo amado, mi corazón abrasado

más viva en él que conmigo.

“Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la Cruz”. Amén

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