Pregón de la Semana Santa Ovetense 2022
Pregón

PREGÓN DE SEMANA SANTA EN OVIEDO 2022

 

Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Julián Barrio Barrio

Arzobispo de Santiago de Compostela

 

Miembros del Excmo. Cabildo.

Sr. Presidente de la Junta de Cofradía

Hermanos Mayores y Miembros de las Cofradías

Autoridades

Señoras y Señores.

 

 

Al encontrarme en esta Sancta Ovetensis uno siente la necesidad de descalzarse porque la tierra que pisa es sagrada. Se me ha hecho el gran honor de invitarme a pronunciar el pregón de la Semana Santa de Oviedo en este Año Santo Compostelano. He peregrinado hasta el Salvador sabiendo que quien va a Santiago y no al Salvador, visita al siervo y no al Señor. He querido visitar al Señor. También aquí hay jubileo de Perdonanza en torno a la Santa Cruz. Este año lo celebramos en Santiago encontrándonos con la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe.

El diccionario define la palabra pregón como: “Discurso elogioso en el que se anuncia al pueblo una festividad y se le invita a participar en ella”. Anuncio en consecuencia en este Tabor ovetense la Semana Santa e invito a participar en la celebración de la misma. Ajenos estos días a las prisas inútiles y dejándonos sorprender por el silencio meditativo, vivamos estas días de misterio y de certezas, generadoras de esperanza, manifestando las creencias que anidan en el alma. Qué importante es apreciar los ritmos lentos en la vida: “Vivir muy de prisa es no vivir, es sobrevivir. Estamos sufriendo la enfermedad del tiempo: de que el tiempo se aleja y debemos pedalear cada vez más rápido. Es una forma de rehuir las preguntas importantes… Viajamos siempre por el carril rápido, cargados de emociones, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos qué es lo realmente importante” (Carl Honoré, Elogio de la lentitud). “Enloquecidos por la vida rápida y angustiada, abrumados de preocupaciones por lo material, fascinados por consignas publicitarias y las agencias de propaganda, nos dejamos ir a la deriva”. Constatamos que apenas hay cristiandad, pero sí hay cristianos, preparando el futuro. El desarrollo de nuestro siglo XX y de lo que llevamos del XXI nos lleva a preguntarnos. ¿Qué mundo es el nuestro para que tantas y tan hermosas cualidades se pierdan en él? (Green).

Escribió el poeta Luis Rosales que "para ser felices basta a veces, el puro acierto de recordar". Ojalá, yo acertara a recordarles lo que ya saben de la Semana Santa, para que fueran más felices en esta existencia nuestra. Semana Santa de una ciudad que se ha hecho a sí misma sin ser poseedora de donaciones arbitrarias ni de favores desmedidos, y que hunde sus raíces en una historia en la que resalta con fuerza y claridad la tradición religiosa en su paisaje humano, espiritual, cultural y social.

Hoy, quien les habla siente un gran respeto al pretender comentar parte de la identidad de esta ciudad, al querer anunciar unas celebraciones que ya están a las puertas y cuyos hilos de este hermoso tapiz bien conocen. Es gratificante para mí dar voz aquí al pregón de la Semana Santa en este Año Santo Compostelano donde el hombre en su condición de peregrino sigue buscando la novedad de un camino para el espíritu que no se resigna a ser asfixiado por el materialismo. “Jesús es la verdadera novedad. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que El ha realizado con su muerte y resurrección son, pues el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana”.

Hacer memoria es no sentirse extraviado en medio de la vorágine de los acontecimientos y de los días siempre presuroso para llegar al mar de los años. Comer el pan de la memoria es ahondarnos en el olvido, por eso hoy recuerdo mi infancia en la que de la mano de mis padres, observando con asombro los entresijos de las pinturas del gran monumento que se colocaba en la Iglesia de mi pueblo en los días de Semana Santa aprendí a intuir el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor que celebramos. Una pequeña puerta en los tres retablos que se ponían para la ocasión, nos orientaba al altar indicándonos en una pedagogía sencilla el lugar de la realización del misterio incruento de la cruz. El Vía Crucis, las Lamentaciones en el Oficio de Tinieblas con el rito de las lenguas de hachero que se apagaban esperando la luz del Cirio Pascual, y que simbolizaban la obscuridad y la conmoción de la muerte de Jesús y de tantas noches de la existencia humana. Noches obscuras de nuestras vidas que esperan la aurora de un nuevo amanecer donde la luz madura con tanta fuerza. Son recuerdos, que como las recias encinas “cuya verdura es flor de las entrañas” de aquel sobrio paisaje, se enraízan en el hondón de mi infancia y que como los chopos en su desasosiego vertical se avalanzan hacia los cielos en los márgenes del río de mi memoria.

Pero en esta tarde observaré lo que puede ocurrir en nuestro interior al reclamo de unas motivaciones externas. Lo haré con una palabra que trasmita hechos verdaderos y no meras proclamas. Como dice el poeta, también “a mí el demasiado silencio me parece compañero de algo grave, lo mismo que el inmoderado clamor”. Es la referencia a ese patrimonio espiritual de esta comunidad cristiana.

En tres claves deseo interpretar esta sinfonía de la religiosidad de la Semana Santa Ovetense. En la del gozo por la posibilidad de compartir algo tan entrañable a todos. En la de la fidelidad porque es hacerme eco del primer pregón que pronunció el apóstol Pedro cuando en el pórtico de Salomón el día de Pentecostés dijo: "Varones israelitas, el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato. Vosotros negasteis el Santo y al Justo y pedisteis que soltara a un homicida. Disteis muerte al príncipe de la Vida, a quien resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Arrepentíos pues y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados. Dios, resucitando a su Siervo, os lo envía a vosotros primero, para que os bendiga al convertirse cada uno de sus maldades"(Act 3,12 ss). Y una tercera clave es la de la preocupación porque no es fácil la tarea de interpretar con finura y elegancia las notas que componen esta realidad armoniosa con que celebramos a Aquel que como escribió Miguel Hernández, “llegó con tres heridas: la del Amor, la de la Muerte y la de la Vida”.

Dicho esto, podría haber terminado la misión recibida. Pero he de recordar que nuestra historia es tiempo de gracia aunque nos encontremos con el contratiempo del pecado; que la vida ha vencido a la muerte; que la luz ha roto las tinieblas como velo que nos impedía acceder al misterio: que la verdad hace estremecer a la mentira; que el camino ha evitado nuestra desorientación: Cristo es el camino, y peregrina con nosotros, realizando una historia de salvación que se hace nuestra historia y que hemos de entender desde la fe para que nuestro credo se inserte en nuestra existencia y nos ayude a interpretar la pandemia, la guerra, las heridas de nuestra convivencia, los rostros de sufrimiento y angustia de las personas en el día a día. Es el misterio de la Pasión del Señor que representan los pasos de Semana Santa, artes plásticas como elementos auxiliares en la labor de catequesis. Es bien sabido que en pintura y en escultura se pactan formas de representar a los personajes de un misterio: los buenos están adornados por la belleza mientras que los malos siempre son feos. Todo ello amparado por un espíritu concreto y expresado mediante un estilo artístico que hizo suya la exageración, la riqueza y el realismo efectista.

La Semana Santa, que en el orbe cristiano brilla con sacrosanto fulgor, equivale a decir semana especialmente orientada a Dios. Así fue entendida por las distintas generaciones que hicieron de estos días como un paréntesis para vivir serenamente la fe en Jesucristo, y en los que la piedad impregna los sentidos, potencias y puertas del alma a fin de cuentas: ojos para ver y llorar, oídos para captar las notas que acompasan el canto de la liturgia y de la piedad popular, percepción de aroma primaveral del monumento o de la cera que se consume generosa en estos días. Es la expresión del “sentimiento dual” del pueblo, la tristeza de la muerte y la alegría de la Resurrección, como testimonio sincero de la fe en los misterios dolorosos y gloriosos de la vida de Jesús, nuestro Salvador. “Para muchos es una continuación de la práctica religiosa habitual. Para otros la singular ocasión anual de acercarse a las creencias que mamaron desde la cuna. En toda circunstancia, el reverdecer de íntimos y profundos sentimientos que en el caso de nuestro pueblo están a flor de piel”. La asistencia a los santos oficios y a las procesiones es un signo de que “esta inmensa manifestación de fe colectiva es mucho más que una tradición que se perpetúa”. “Más que un espectáculo popular por hermoso que pueda resultar, es un estado de ánimo”.

La Semana Santa es el resultado de un proceso secular en el que convergen misterio, historia, devoción y arte en referencia a la Pascua del Señor. Después del Edicto de Milán con el emperador Constantino, Jerusalén adquiere una grandiosa configuración cristiana y en cada santo lugar se representa el correspondiente misterio: la entrada triunfal en Jerusalén; el Lavatorio de los pies en el Cenáculo; la adoración del leño de la cruz, reviviendo el hallazgo de la Vera Cruz entre los escombros del Gólgota por iniciativa de Santa Elena. Es obligado aludir a aquella gallega intrépida, la Monja Egeria, peregrina a los Santos Lugares a finales del siglo IV, quien observó las peculiaridades litúrgicas para dar luego noticia en Occidente, con su famosa "Itineratio".

Aquellas celebraciones propias inicialmente de la Liturgia jerosolimitana fueron incorporadas a la Liturgia Romana. Andando los siglos, elementos devocionales configuraron paralelamente a la semana santa litúrgica, la semana santa popular, la de las procesiones fuera del templo, la de los pasos que hablan al corazón de las masas con el mensaje expresivo de la escultura religiosa. Se ha resaltado la disociación entre una liturgia arcana con sus largas funciones inasequibles al pueblo llano, y la que éste supo conformar para vivir en las calles y plazas la hondura del misterio de la Redención.

Y si por uno de tantos movimientos pendulares de la historia, pareció en algún momento que procesiones y cofradías quedaban fuera de lugar, hoy vemos, cómo siguiendo las pautas marcadas por el Concilio Vaticano II la devoción popular predispone a la celebración de los santos misterios. ¡Tanta importancia llegó a adquirir la Semana Santa de las cofradías, con sus distintos pasos y procesiones, que en la evangelización de América formaron parte del programa pastoral! Y aún hoy las celebraciones de Semana Santa allí son un trasunto de las de España.

La necesidad de profesar la fe, practicar el culto y atender unas necesidades sociales fue la razón de ser de las Cofradías en el contexto de parroquias y conventos ya en el otoño bajomedieval. Responden a las inquietudes de la sociedad pero a su vez son el espejo donde ésta puede mirarse. Han ido surgiendo conformadas unas veces por valores estéticos, el esplendor y la espectacularidad, y otras por valores morales, la austeridad, la penitencia y la solidaridad; en todo caso respondiendo a una religiosidad sentida.

Las cofradías salen por las calles de Oviedo como un acto de fe de sus cofrades en el discurrir de estas fechas: Cofradía de la Borriquilla, Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Hermandad de Jesús Cautivo, Real Cofradía del Silencio y Santa Cruz, Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Misericordia, María de la Esperanza y San Francisco Javier. Bien es sabido que “la procesión no es un paseo cívico, ni un acto cultural; es una catequesis dada y recibida en la elocuencia del silencio. Es un acto público de profesión de fe y de adhesión a sus misterios. Debería ser la renovación de todos los compromisos bautismales y sacramentales contraídos en la vida”. Lo demás es modificable, es lo que a veces conviene cambiar y adaptar a los tiempos para que lo esencial permanezca. Hay que fijarse en la esencia de las costumbres para custodiarla. Puestos a ensalzar lo propio nadie tendrá que darles lecciones de buen hacer.

Celebramos unos hechos casi bimilenarios. Los días de la Semana Santa son providenciales para desplegar los pliegues del alma y escuchar las preguntas a las que hemos de dar respuestas. Más allá de las urgencias y de la inmediatez, será un buen momento para adentrarse por los senderos personales en busca de posibles ajustes en la maquinaria ética y moral de la vida y dejar el alma a la intemperie sin rodeos.

“¿Quién es ése que viene recién atardecido, cubierto con su sangre como varón que pisa los racimos? Este es Cristo el Señor, convocado a la muerte glorificado en la Resurrección”. “La sabiduría popular, sustentada en una fe secular que ha cimentado la civilización europea, no ignora que la respuesta a la crisis de valores que tanto lamentamos se encuentra en el misterio, claro y sencillo, de un Dios clavado en una cruz, junto a dos malhechores, que desvela el sentido del dolor humano y el triunfo eterno y definitivo sobre la muerte”. “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Trabajar por la civilización de la acogida, de la hospitalidad, de la sonrisa, de la palabra que reduce la distancia y construye la amistad, es don y tarea. La puerta de la ciudad se abre gozosamente ante la humildad, mansedumbre y sencillez del Hijo de David. Es Domingo de Ramos. Aletear de palmas, de ramos de laurel, de olivo, o de romero. Los niños gritan: “Si ellos callaran, hablarían las piedras”. La tradición era que había que estrenar algo este día. Hoy sin duda necesitamos estrenar razones renovadas de esperanza “mientras los constructores de templos ficticios sólo buscan cómo apagar este deseo de verdad y de vida, y cómo crucificar al verdadero para seguir viviendo en la mentira”. Quedaba el mensaje de que Dios es cercanía a todo hombre peregrino y necesitado de una comunidad de alegría profunda y compartida, que necesita de la bondad de todos y que se hace fraternidad superando los muros que separan, excluyen y condenan.

Jesús no va a hacer uso de las ventajas de ser Dios y va a someterse a las limitaciones humanas, excepto en el pecado, sufriendo como uno cualquiera. Como buen samaritano proporcionaba un remedio que nos salvara en medio de los sufrimientos y tempestades de este mar agitado de nuestro mundo cuya visión panorámica nos la ofrece el ejercicio del Vía Crucis, siempre alegoría contemporánea. La respuesta del sentir popular no es otra que la sobria súplica “Perdona a tu pueblo, Señor”. Para caminar sobre las aguas se necesita fe recia.

En el Lunes Santo la procesión del Prendimiento y en el Martes Santo la del Silencio recorre las calles. “Por gracia peregrinos aquí abajo y por gracia ciudadanos allá arriba”, necesitamos el Camino que es Cristo y la orientación de la estrella por excelencia que es María, la Santina. Es bueno saber dónde vamos porque llega el que sabe a dónde va. La noche del Miércoles Santo invita al recogimiento para acompañar al Nazareno con la cruz a cuestas y con mirada misericordiosa, obediente a la voluntad del Padre. Oviedo peregrina en silencio profundo y seco, como fue siempre la sombra del dolor en esta noche de tambores destemplados. Es la llamada no a la nostalgia sino a la conciencia y a la responsabilidad cristiana. El pensador Ivanovic Ivanov escribe que sólo existe lo que Dios recuerda. “Por eso la dinámica de los cristianos no es retener con nostalgia el pasado, sino acceder a la memoria eterna del Padre, y esto es posible viviendo una vida de caridad”, como dice el papa Francisco.

“Obras son amores y no buenas razones”. Jueves Santo: En el atardecer de este día cuando los rayos del sol se ocultaban sosegadamente, Jesús lavó los pies a sus discípulos e instituyó el sacerdocio. “Que os améis unos a otros”. Humildad y gratuidad como signo en la vocación al servicio, identidad del seguidor de Cristo. Preparó la mesa de la Eucaristía, “hecha y servida con las tablas y los frutos de la Cruz”. Se ofreció como sacramento y presencia perenne: “Haced esto en memoria mía”. La preocupación de Jesús había sido preparar una gran mesa donde todos pudiéramos sentarnos y participar en ella sin odios, ni egoísmos, ni venganzas, donde los pobres y los más necesitados tuvieran un sitio preferente, donde la caridad fuera el perfume de la convivencia. El amor se hace fraternidad, signo de la Iglesia cuyo tesoro y preocupación son la fe y los pobres. “Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida a favor de sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”, subraya Jesús.

El Viernes Santo dibuja ya en su amanecer la silueta alargada de la Cruz, procesión de la Madrugá. En los interiores de la noche la luz vacilante de los faroles se estremece ante el vértigo de la muerte.  No hay lugar para la curiosidad. Allí estaba la Madre Dolorosa acompañando a su Hijo. Todo es presencia sentida que nos evoca también los encuentros de tantas madres con sus hijos cargados con la pesada cruz de la droga, de la enfermedad irrecuperable, de una vida sin sentido, de la muerte causada por el accidente del fin de semana. El dolor aceptado, la angustia de Getsemaní, las piadosas mujeres, la traición de Judas, la negación de Pedro, los insensibles ante el sufrimiento del que camina por la calle de la amargura, Pilatos que guarda las apariencias a costa de la justicia, los que se calientan al fuego hablando de todo lo divino y de lo humano, los soldados que se reparten las vestiduras de los condenados, los ladrones crucificados con Jesús, son señales todas ellas de la vía dolorosa. En aquella hora histórica se reflejó en el Calvario las diferentes actitudes humanas: hubo inocencia y pecado, arrepentimiento y obstinación -Dimas y Gestas-, fidelidad -María y Juan- y vacilación, valor y cobardía -los otros apóstoles-, la sensibilidad de la Verónica y la crueldad de los que se mofaban; todo tipo de pasiones junto a la realización de un trabajo rutinario por parte de los verdugos, el anhelante interés de unos y la indiferencia total de otros. Es la hora de la cruz en la que Jesús pronuncia siete palabras para alentar nuestra esperanza y entender la complejidad de nuestra existencia. Dios experimenta realmente un "destino" en el mundo. Y este poder experimentarlo es su gloria suprema, una gloria igual a la que también tiene por ser "el amor". Por eso la señal del cristiano es la cruz. “Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo”. Quien atenta contra ella condena al mundo a una incomprensión total. En las noches de piedra y en la sombra del recuerdo vengativo, proclamad el Evangelio de quien muere perdonando. “Los acusadores de entonces han muerto, los testigos se han ido, el juez ha dejado el tribunal, pero el proceso de Jesús sigue adelante todavía” (P.Winter), en los que sufren la violencia que es siempre obscurecimiento de la verdad, olvido de la justicia y pérdida del amor.

“El que quiera ganar su vida, la pierde, y el que la pierde, la gana”. Es la paradoja de la vida que Jesús nos deja como clave para el sentido de la existencia. El amor es la única salida. En la cumbre del Calvario la sangre derramada empapa para curar y limpiar, y la muerte fue coronada con la victoria de la vida resucitada. Es el misterio de la muerte que siempre convoca, estremece y cuestiona. “Cortas y débiles son nuestras vidas, y el odio las hace más cortas todavía”. Y junto a la Cruz, acompañando en el dolor y en la entrega, la Madre, María: en el camino del dolor nadie discute los primeros puestos. Ya en el atardecer se nos convoca al Santo Entierro. Nadie debe faltar porque no se falta al sepelio de quien es de casa. Así lo hace la Archicofradía del Santo Entierro y Nuestra Señora de los Dolores. “Sustraerle a estos días de pasión su hondo sentido espiritual y religioso es tanto como querer ignorar que el agua del océano es salada”. Es preciso permanecer vigilantes ante el cumplimiento de la promesa de la resurrección. Mientras tanto, en la tarde noche del Sábado Santo hay que acompañar con serenidad y sin aturdimiento a María en su dolor de madre pues no hay amor sin sufrimiento -quien no sabe de dolores, no sabe de amores- para decirle “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” en la procesión de la Soledad. Mañana la saludaremos diciéndole: “Reina del cielo, alégrate”.

Estemos atentos a que el Señor vuelva para preguntarnos: “¿Quién es este que vuelve glorioso y malherido y, a precio de su sangre, compra la paz y libra a los cautivos?”. Mientras los seguidores de Jesús estaban envueltos en el manto de la tristeza y del fracaso, y las estrellas velaban el despertar de un nuevo amanecer, se les dice: “No busquéis entre los muertos al que vive, "¿por qué lloráis?", "no tengáis miedo: Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán". Es la Galilea de nuestros caminos, nuestros trabajos, afanes, aspiraciones, dudas y esperanzas. La Vigilia Pascual en la que la luz de un cirio se convierte en Sol sin ocaso y el agua evoca con sencillez el milagro de nuestro bautismo, el aleluya junto al sonido alborozado de las campanas que rompe todos los silencios pesarosos, es un capítulo que nadie debería dejar de leer. Es la Pascua: “Se durmió con los muertos y reina entre los vivos, no le venció la fosa porque el Señor sostuvo a su Elegido”.

Es Domingo de Resurrección. Las campanas de la Catedral comunican a la ciudad que la muerte ha sido vencida. Desde ahora siempre será la hora de la vida que hay que cuidar siempre desde el instante de su concepción hasta la muerte natural. La aceptación de los límites es posibilidad de reencuentro. Es el momento de encontrarnos con nosotros mismos, con los demás, cuyo rostro nos pasa desapercibido en el acontecer apresurado de cada día, encontrarnos con Cristo en los caminos que nos llevan al Emaús de nuestras desesperanzas y tristezas. Nuestra fragilidad nos sentir la necesidad de los otros. Hemos de darnos cuenta de que no somos huérfanos, ni hijos únicos y de que tenemos que responsabilizarnos de los demás. Esta reflexión lleva a descubrir al hombre su gloria y su capacidad de superar la ley de la gravedad que tira por él hacia abajo y que le impide despegarse hacia lo alto y hacia adelante en el horizonte del Resucitado. E-ultr-eia (adelante, ea!), E-sus-eia (arriba, ea!): es así como motivan su caminar los peregrinos. El dolor es vencible, el amor es inaplastable. La amargura no tiene lugar cuando esperamos en la resurrección que genera la esperanza contra la desesperanza que nace del miedo al futuro, de la carencia de amor, del individualismo en una sociedad globalizada, de una cultura que silencia nuestra muerte y la ruptura de nuestra relación con Dios y con el hermano que nos lleva a exclamar: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”. La violencia y la melancolía, que como “diaria resina gotean de los pinos de nuestra finitud”, son incapaces de crear la comunión que necesitamos para agradecer el pasado, vivir responsablemente el presente y mirar al futuro con confianza.

El Monte Calvario y el de las Bienaventuranzas se esclarecen en la mañana de la Resurrección. El eco de las Bienaventuranzas se recoge en las palabras de Jesús en la Cruz y orienta hoy los gozos y las esperanzas, las fatigas y tragedias del hombre de nuestros días. No es una representación, es una historia viva. Guardemos profundamente estos relatos para los momentos de duda y obscuridad y en el frenesí de la fiesta desmesurada. “Sólo quien en su existencia experimenta la certeza de un Cristo vivo, puede saborear el vino feliz de una fiesta que no acaba”. En el asombro ante el misterio y la admiración gozosa comentamos: "¿Quién es éste que viene, recién atardecido, cubierto con su sangre como varón que pisa los racimos? Este es Cristo el Señor, convocado a la muerte, glorificado en la resurrección. Anunciad a los pueblos qué habéis visto y oído; aclamad al que viene como la paz, bajo un clamor de olivos".

Ya al final, sepan que en Santiago de Compostela estaré muy orgulloso y agradecido de haber sido este año el pregonero de la Semana Santa en Oviedo. Agradecimiento a todos los que en esta tarde han querido estar presentes aquí. Me doy cuenta de que hubiera bastado decir lisa y llanamente: “Ha resucitado, no está aquí”. Pero los hombres seguimos necesitando recordar. Escribía Dostoyewski: “El hombre que acumula muchos recuerdos en su infancia, éste está salvado para siempre”. Vivid con pasión vuestras tradiciones para que el niño de hoy, primavera de la vida y hombre del mañana, sepa encontrar, como dice San Juan de la Cruz, la fuente que mana y corre aunque sea de noche. Estos días son grandes y sagrados, invitan a estar cerca de Cristo en la Cruz y a pensar en los otros cristos, los que siguen sufriendo. “Quien pensó lo más hondo, ama lo más vivo”. “Caminemos con esperanza. El Hijo de Dios que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla, y sobre todo tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos”. Contribuyamos al despertar religioso y espiritual de las personas, de las familias y de las comunidades cristianas. Al comenzar este pregón les decía que era necesario descalzarse. Ahora les digo que para la Iglesia en salida que queremos ser, necesitamos unas sandalias nuevas, las de la esperanza. Las que el padre mandó poner al hijo pródigo (Lc 15, 22). ¡Caminemos con ellas! “Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una nueva forma de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos los unos a los otros” para crear puntos luminosos de una humanidad nueva. ¡Muchas gracias!

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